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La muerte de Jesús en la Cruz fue un acontecimiento estremecedor para todos los discípulos, que puso en crisis las ilusiones y esperanzas que habían depositado en su Maestro. La experiencia, después, de las apariciones del Señor Resucitado les devolvió una buena parte de la confianza y comenzó a abrirles el entendimiento para comprender el verdadero alcance de la persona y la misión de Jesucristo. Pero todavía les faltaba un buen trecho para tomar conciencia plena del significado de lo ocurrido y del lugar que ellos, los discípulos, tendrían también en el plan de salvación de Dios; porque, ahora, después de la Resurrección, contrariamente a lo que imaginaban, el protagonista visible no sería Cristo Resucitado, sino ellos, los apóstoles, unidos al resto de los creyentes, es decir, la Iglesia naciente, quienes se consagrarían a la misión de dar testimonio del Señor “hasta los confines del mundo”, según las palabras del Libro de los Hechos.
El “vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio” tiene una condición previa indispensable: la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, sin la cual no tendrían “la fuerza de lo alto” que hace posible llevar a cabo la evangelización de todos los pueblos de la tierra. A esto ha dedicado la Iglesia todos los esfuerzos, desde sus inicios hasta hoy, y continuará siendo su razón de ser y actuar hasta que el Señor vuelva al final de los tiempos, tal como lo prometió. Su presencia constante, por medio de su Espíritu Santo, “yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”, es la garantía absoluta de la eficacia de nuestro trabajo evangelizador, sin esto, con solo nuestras capacidades y recursos humanos, no seríamos más que un desesperado grupo de seguidores de Cristo que se gastan y desgastan tratando de cumplir una misión, en verdad, imposible: cambiar el corazón de las personas y llevarlas al encuentro de Dios.
Hermanos: la solemnidad de la Ascensión del Señor nos recuerda la misión que cada cristiano, por su bautismo, ha recibido del propio Cristo; al mismo tiempo, nos hace tomar conciencia de la enormidad del encargo recibido de parte del Señor: “Ser mis testigos…hasta los confines del mundo”, y, sobre todo, nos recuerda la obediencia y disponibilidad que debemos tener a la acción del Espíritu Santo para que podamos, efectivamente, ser los testigos de la fe que el mundo necesita.
ASCENSIÓN DEL SEÑOR 2021