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Los seres humanos tenemos, con frecuencia, “luz corta”, es decir, nuestros horizontes son estrechos, porque no somos capaces de mirar más allá del día a día. Dios tiene “luz larga”, no mira solo lo inmediato, sino que su mirada abarca el pasado, el presente y el futuro; por esta razón, Él no obra bajo el impulso de los acontecimientos del momento, sino que va mucho más allá, no es de extrañar, entonces, que no entendamos el obrar divino, porque sobrepasa nuestra limitada capacidad de prever las cosas, incluso las inminentes.
Los primeros cristianos, todos ellos israelitas, consideraron, en un primer momento, que la salvación alcanzada por Cristo con su Muerte y Resurrección solo implicaba a quienes, como ellos, pertenecían al pueblo de Israel, el pueblo escogido por Dios. El libro de los Hechos, primera lectura de hoy, nos narra el momento en que esta convicción equivocada se desmorona ante el hecho incontestable de que el militar Cornelio y sus acompañantes, todos ellos paganos, o sea, no eran israelitas, no solo se sienten fuertemente atraídos por la fe en Jesucristo, sino que reciben, de modo manifiesto, el Espíritu Santo. El asombro invade a los discípulos de origen judío, pero la conclusión del apóstol Pedro es irrebatible: “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”. En definitiva, somos nosotros los que ponemos límites al amor y a la misericordia de Dios; sin pretenderlo, lo concebimos con las limitaciones que ambas realidades tienen en nosotros; pero el Señor no es así: “Como se alza el cielo por encima de la tierra, se elevan mis caminos sobre los caminos de ustedes y mis pensamientos sobre sus pensamientos”, nos dice Dios por medio del profeta Isaías. Lo decisivo, por tanto, es la fe en Cristo, que, por supuesto, se expresa en una vida donde prima el amor, la caridad, el signo distintivo de todo cristiano, en fidelidad al mandato del propio Jesús en la Última Cena: “Éste es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado”, evangelio de este domingo.
No puede faltar hoy un recuerdo agradecido y una acción de gracias por todas las madres, vivas y difuntas, en este Día de las Madres. Ellas son expresión clara de lo que significa amar, con el amor sin condiciones que nos pide el Señor Jesucristo, y que Él mostró al dar la vida por todos en la Cruz. Dios, que es Amor, colme de bendiciones a todas las madres vivas y conceda la vida eterna junto a Él a todas las difuntas.
VI DOMINGO PASCUA 2021