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En el evangelio del domingo pasado uno de los temas centrales era la fe en Jesús; hoy, de nuevo ella vuelve a ser punto principal o, para ser más exactos, su carencia, es decir, la incredulidad. Así como en el pasaje de la semana anterior el Señor realiza dos milagros, ahora éstos brillan por su ausencia: » Y no pudo hacer allí ningún milagro», dice el evangelista Marcos. ¿Por qué?, ¿acaso había perdido Jesús «sus poderes» al llegar a su tierra?…, la respuesta nos la da el propio evangelio, «se extrañó de su falta de fe».
Los milagros que hizo Jesucristo no eran acciones espectaculares destinadas a hacerle publicidad a su persona, sino una prueba de que la salvación de Dios había llegado verdaderamente a su pueblo, de modo particular a los más necesitados de ella; por esto muchos los realiza en quienes eran pecadores sin remedio o estaban muy alejados de Dios, según la mentalidad de entonces. La fe era un requisito indispensable para que Jesús realizase un milagro, no porque su poder para hacerlo dependiese de la fe de la persona que lo recibía, sino porque no tiene sentido insistir inútilmente en mostrar la salvación divina a quien se ha cerrado de modo absoluto en la incredulidad.
Podemos entender ahora la casi inexistencia de milagros en esta visita de Jesús a su pueblo de Nazaret: a la aprobación inicial y el asombro ante sus enseñanzas y obras (“¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado…?”), siguen, lamentablemente, la duda, el recelo y la desconfianza («¿Acaso no es éste e/ carpintero… 3. No fueron capaces de ir más allá de las realidades exteriores de la vida del Jesús que ellos conocían muy bien (padres, familiares, oficio), para descubrir en Él al Mesías, el Salvador prometido. La incredulidad los volvió ciegos y sordos ante la evidencia de que había llegado a ellos la salvación de Dios, que el Señor les mostró a través de sus palabras llenas de sabiduría y los pocos signos milagrosos que realizó entre ellos, … Y perdieron la gran oportunidad de sus vidas.
Hermanos todos: muchas cosas pueden hacernos dejar pasar de largo al Señor en nuestra existencia; aparte de la duda, la confusión o la incredulidad, también las ocupaciones y preocupaciones diarias, porque absorben la atención, adormecen o nos vuelven ciegos a la presencia de Dios. Solo la fe permite verlo con claridad. De nuevo, como el domingo antepasado, hagamos nuestra la súplica evangélica, «Creo, pero ayuda mi falta de fe». Que el Espíritu Santo nos conceda en abundancia la gracia que necesitamos.
DOMINGO XIV ORDINARIO 2021