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Vivimos en la era de la eficacia y la inmediatez: cada día escuchamos acerca de nuevas invenciones y artículos tecnológicos o maquinarias más rápidos, eficientes y precisos; en realidad, no es posible seguir el ritmo de tanta innovación. Esto, que ocurre en el campo técnico y científico, también influye, sin que nos demos cuenta siquiera, en nuestra mentalidad y el modo de enfocar la vida: queremos resultados satisfactorios y al momento, pero, sobre todo, deseamos tener el control máximo durante el proceso. ¿Las consecuencias de esta manera de pensar y actuar?: pues, como es lógico, el mundo moderno prioriza aquello que produce resultados inmediatos y controlables, no hay lugar para la paciencia -una virtud casi olvidada, por cierto-, todo lo queremos aquí y ahora. No obstante, saber esperar y el respeto de los tiempos de cada cosa y persona son algo importantísimo en la vida; en cambio, las prisas y la actividad frenética malogran, casi siempre, los frutos que desearíamos alcanzar; esto vale para las realidades materiales y, mucho más, cuando se trata de los seres humanos. La sabiduría de nuestros mayores condensó esta enseñanza en un refrán: “No madures los mangos con carburo”, porque, a pesar del aspecto óptimo del fruto -ya sean mangos, plátanos o frutabombas-, cuando lo pruebas, te desilusiona por completo.

Pues bien, en el evangelio de este domingo Jesús nos instruye acerca de la paciencia y de la confianza en Dios, por medio de las parábolas del labrador que cultiva su campo y de la pequeña semilla de mostaza. ¡Qué difícil se nos vuelven ambas!, porque, por supuesto, queremos del Señor tres cosas principales: primera, que Él haga lo que deseamos en el modo que nos acomoda mejor; segunda, que nos conceda sus dones en el momento más adecuado, según nuestros criterios, es decir, ya, y, tercera, que los resultados sean patentes y verificables; en otras palabras, deseamos tener el control total, o, si lleváramos las cosas al extremo, manejar al propio Dios a nuestro antojo.

Resulta, sin embargo, que hay “malas noticias” para todos: Jesucristo nos enseña hoy que el Reino de Dios es de Dios, o, lo que es lo mismo, el Señor tiene sus tiempos y modos, muy distintos a los nuestros; por ello es inútil la pretensión de apresurarlo o imponerle cronogramas, no digamos ya, controlarlo. Somos, por pura misericordia divina, colaboradores en la obra de su Reino, así que nos toca amoldarnos al estilo y los tiempos divinos, donde no caben las maduraciones a marchas forzadas ni los cambios espectaculares y ruidosos, sino la humildad, el silencio y el sosiego de la semilla que, sembrada en la tierra, “germina y crece y da frutos sin que el labrador sepa cómo”, y del insignificante grano de mostaza que, al final, “echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar y cobijarse en ellas”. Así son las cosas de Dios, siempre nos asombran y ponen patas arriba nuestros esquemas humanos y planes preconcebidos.

Aprendamos del Señor, confiemos en su poder y hagamos la parte que Él nos ha querido dar en la construcción de su Reino. ¿Los resultados?, aquí vale lo que el Apóstol Pablo escribió en su Primera carta a los corintios: “Después de todo, ¿quién es Apolo, quién es Pablo? Simples servidores, por medio de los cuales ustedes han creído, y cada uno de ellos lo es según lo que ha recibido del Señor. Yo planté, Apolo regó, pero el que ha hecho crecer es Dios. Ni el que planta ni el que riega valen algo, sino Dios, que da el crecimiento.”

DOMINGO XI ORDINARIO 2021