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Hace una semana, el evangelio correspondiente nos contaba acerca de la resistencia y dureza de corazón que Jesús encontró entre la gente de su tierra; aunque no fue, de seguro, una experiencia nada agradable, esto no desanimó al Señor ni lo apartó de la misión para la cual Él había venido al mundo: anunciar la Buena Noticia de la salvación; la prueba la tenemos en la conclusión de aquel relato: “Y recorría los pueblos de alrededor enseñando”.
En el texto de hoy se da un nuevo paso que, en el futuro, será la norma para la Iglesia de todas las épocas, cuando Jesús ya no esté físicamente entre los discípulos, después de la Resurrección: el Señor los llama a su encuentro y los envía a predicar. El evangelista Marcos escogió cuidadosamente las palabras para describirnos lo que sucedió. En primer lugar, Jesús los “llama”, es decir, Él es el centro de referencia de los discípulos, y ellos son tales porque Él es su Maestro; en segundo lugar, “los envió de dos en dos y les dio autoridad…”, o sea, los discípulos recibieron la misión de predicar y la autoridad, en obras y palabras, para que pudieran confirmar la veracidad de su mensaje ante quienes los escuchasen. Todo, tanto la llamada como el envío y los signos que los acompañaban, tenían su fundamento y fuente en Jesucristo. Por si no fuera suficiente, a continuación el Señor les dio una serie de indicaciones, breves y precisas que, de una manera u otra, insistían en la entrega total del discípulo, la búsqueda de apoyo solo en Dios (“Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más…”) y en la perseverancia en la misión, incluso cuando sufriesen el rechazo o la indiferencia, como le ocurrió, por ejemplo, al propio Jesús en su tierra de Nazaret.
Hay mucha sustancia en este pasaje evangélico para la meditación acerca de nuestro carácter de discípulos misioneros, llamados y enviados por Cristo, por medio del bautismo, a ser testigos de su Resurrección y a mostrar con nuestras palabras y obras el rostro misericordioso de Dios, Padre de todos. Muy diversas situaciones pudieran desacreditar o hacer ineficaz nuestros esfuerzos misioneros: desde la confianza ciega en métodos y estrategias humanas –olvidando que el crecimiento y el fruto solo los puede dar Dios-; hasta la apropiación indebida del Evangelio, a veces sin darnos cuenta, que nos conduce a predicarnos a nosotros mismos, según lo que nos agrada y acomoda. Este evangelio nos ayude a tener muy presente que somos “llamados” y “enviados” por el Señor, que en su nombre anunciamos su Palabra y que nuestra labor misionera siempre tendrá como finalidad llevar a quienes nos escuchan al encuentro de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.
DOMINGO XV ORDINARIO 2021