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El Papa y sus colaboradores más cercanos – lo que se conoce como la Curia -, es tradición, desde hace mucho tiempo, que realicen un retiro espiritual en el tiempo de Cuaresma. Cuentan que a uno de esos retiros invitaron a un famoso predicador, un hombre sabio y piadoso; en la primera meditación todos estaban atentos y ávidos de escuchar sus palabras iluminadoras, el predicador fue al lugar asignado para él, miró en derredor y dijo, con voz potente: “Dios es Dios”, miró, de nuevo, a todos los presentes, entre ellos al Papa de aquel entonces, y después, sin añadir una palabra más, abandonó la sala; ese fue el mensaje de la primera meditación, que, según los participantes, fue la mejor de todo el retiro. ¿Anécdota o cuento piadoso?, pues no sabría decirles, pero lo cierto es que, si reflexionamos sobre la frase del predicador, tendríamos materia para una vida entera de meditación y oración. Gran parte de las dudas, confusiones y crisis de fe en los creyentes vienen de no haber aceptado el hecho de que “Dios es Dios”, o sea, que Él está infinitamente por encima y más allá de nosotros, en otras palabras, que no podemos abarcar a Dios ni, muchísimo menos, controlarlo a nuestro antojo; y para la mentalidad moderna esto es incómodo: todo lo tasamos, medimos y pesamos, para poderlo utilizar según nuestros deseos, pero el Señor siempre nos desconcierta porque actúa según otros métodos y otra lógica.
En la Biblia hay muchas “imágenes” de Dios, y algunas de ellas son, aparentemente, contradictorias, y esto no es fruto de la casualidad, sino una de las maneras que tiene la Sagrada Escritura para hacernos caer en la cuenta de nuestra pequeñez e insignificancia ante la majestad divina. Lo que sí constituye un denominador común en toda la Palabra de Dios, desde la primera página hasta la última, es la afirmación del especial amor y misericordia de Dios hacia nosotros, los seres humanos, la cual tiene su culmen en la revelación que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, nos hizo: Dios es nuestro Padre; pues bien, en realidad, la vida de fe no debiera tener otro objetivo sino el de encontrarnos e intimar con ese Padre Dios, del cual fue fiel reflejo Jesús, y darlo a conocer a todos los que podamos, para que ellos vivan también la experiencia única de sentirse amados incondicionalmente por el Señor. Un buen propósito para esta solemnidad de la Santísima Trinidad, en que la Iglesia celebra el misterio insondable de Dios, un único Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
SANTÍSIMA TRINIDAD 2021