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“Ustedes son testigos de esto…” Las palabras de Jesús Resucitado a los discípulos no dejan lugar a dudas sobre la naturaleza de la misión que la Iglesia tiene en el mundo: dar testimonio de la salvación que Dios ha obrado en nosotros por medio de su Hijo; todo lo que la Iglesia hace está siempre orientado al anuncio de la Buena Noticia; si olvidáramos esto, incluso por un instante, nos convertiríamos en una simple organización caritativa o en una asociación con fines culturales o fraternales, una más entre las tantas que existen hoy en día.

Por la razón anterior, no es irrelevante la vida que los cristianos llevemos, todo lo contrario, porque el testimonio básico, el que no puede faltar nunca, es el de la propia vida personal y comunitaria: las obras, las actitudes y el estilo de las relaciones humanas, particularmente entre los creyentes, tienen un peso considerable en la credibilidad de nuestras palabras, mensajes y acciones misioneras para dar a conocer el Evangelio: evidentemente, nadie dará crédito a un cristiano, o a la propia Iglesia, si predicara una cosa pero, en la práctica, la contradijese con su actuación. La Primera carta de Juan, segunda lectura de hoy, lo expresa de manera tajante: “Quien dice: Yo lo conozco, y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.”

Hermanos todos: anunciar el Evangelio es la misión que el Señor nos ha dado desde el día de nuestro bautismo; a ella debemos consagrar cada momento de nuestra existencia porque este anuncio vale para toda la Humanidad y por ello se hace evidente que, como dijo Jesús, “la cosecha es grande y los trabajadores son pocos…” Pidamos con insistencia al Espíritu Santo nos conceda los dones y virtudes que necesitamos para dar a conocer a todos que Cristo ha resucitado.

III DOMINGO PASCUA 2021