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Cada 8 de septiembre, día en que la Iglesia universal celebra el nacimiento de la Virgen, nosotros los cubanos la veneramos con el hermoso título de Virgen de la Caridad, recordando así, el hallazgo de su imagen en la bahía de Nipe hace casi 400 años.

El texto más antiguo de la Biblia que hace referencia a la Virgen es la carta de San Pablo a los Gálatas. En ella, San Pablo nos dice:

“Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su propio Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios”.

Este nacido de mujer no es otro que Jesús, de quien el apóstol afirma que es el Hijo de Dios.  Por San Lucas y los otros evangelistas sabemos que se llamaba María.

La Virgen encarna el ideal de pureza, honestidad, rectitud y honradez a que aspira todo hombre o mujer que quiere ser digno, porque en ella no hubo nada de doblez, egoísmo, ambición, ni infidelidad. No hubo en ella ni mentira, ni rencor, ni envidia. Ella fue toda pura, honesta, limpia de corazón. Por eso la llamamos Inmaculada.

La Virgen estaba adornada de todos esos dones que llamamos virtudes o valores.

Era la llena de gracia.

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre la importancia de imitar a la Virgen en sus virtudes.

El animal nace con una dotación instintiva, mientras que el hombre nace inacabado, debe ser educado para el bien y el buen uso de su libertad. Los antiguos decían que el niño era como la cera virgen, lo que en él se imprimiera, quedaba grabado.

¡Miren cuán importante e imprescindible es el papel de los padres en la educación de los hijos!

La religión tuvo siempre y lo continúa teniendo un gran papel en la formación de la conciencia moral y de los valores. Por eso, cuando se arranca la religión del corazón de los pueblos, los valores tienden a perderse.

Nuestra cultura cubana está marcada por la presencia cristiana y la inmensa aportación que ella supuso en el orden moral. El P. Félix Varela decía: “la naturaleza puso en la entrada de un apacible golfo, una isla afortunada en que imprimió sus cariños. En esta isla deliciosa habita un pueblo generoso”. En los comienzos de nuestra nacionalidad la Virgen de la Caridad conformó el alma del cubano. No tenemos más que asomarnos a nuestra historia pasada y reciente para comprobarlo.

Es más fácil comprender que todos debemos portarnos bien con los demás si creemos que todos somos hermanos, porque tenemos un mismo Padre, Dios;  que, si lo queremos hacer desde la consideración abstracta de que tenemos una misma naturaleza humana. Por esa razón, mientras más tratamos de arrancar a Dios de la sociedad, menos hermanos nos sentimos.

Cuando las virtudes que la humanidad tiene como valores del individuo y de la sociedad se pierden, sucede lo que en la Biblia se expresa con el relato del paraíso terrenal: se propaga el odio, el desenfreno, la inmoralidad. El hombre y la mujer se corrompen y pervierten su sexo. La doblez, el engaño y la mentira se extienden. Nadie confía en nadie, nadie quiere  a nadie, en fin, el mal se propaga.

No hay que ser muy instruido, ni creyente, para saber que el mal está presente en el mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres, especialmente cuando somos jóvenes, nos dejamos arrastrar por el vicio, el alcohol, la droga, el desenfreno, la perversión sexual, la falta de sinceridad y honradez, el engaño y todos esos males que no solamente nos alejan de Dios, sino también de los demás, creando enemistades y odios entre los pueblos, destruyendo la armonía familiar y el orden social. ¡Cuánta ambición, cuántas injusticias y cuánto menosprecio a la dignidad humana se cometen en nombre del fanatismo religioso, político o ideológico!

En el libro del Apocalipsis se presenta la lucha entre el bien y el mal con la figura de un enorme dragón rojo, que tiene por nombre diablo o Satanás, y que pretende devorar al niño que va a dar a luz la mujer vestida de blanco, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

Pero así como el dragón no pudo vencer a la mujer Inmaculada, así tampoco podrá vencernos a nosotros; si, como deseaba el Padre Félix Varela, rechazamos esos que él llamaba los tres horribles monstruos que atentan contra el bienestar de los hombres y que son: la insensible impiedad, la sombría superstición y el cruel fanatismo.

Tenemos que preocuparnos de sembrar en el corazón de nuestros niños y jóvenes la semilla de la virtud, tenemos que preocuparnos por enseñarles a respetar a Dios y a los demás. Tenemos que preocuparnos de ver con quienes andan, a dónde van, qué hacen, qué les enseñan.

¡Qué feliz sería la sociedad, le dice el Padre Félix Varela a Elpidio en sus cartas, qué feliz sería la sociedad, si poniendo freno a las pasiones y obedeciendo a una ley divina, se guiasen los hombres por los sentimientos de la justicia y amor mutuo!

Queridos hermanos y hermanas:

Que la Virgen Santísima de la Caridad del Cobre, la mujer virtuosa por excelencia, que resplandece ante la comunidad de los elegidos como modelo de todas las virtudes, sea nuestro modelo a imitar; y que Dios, por medio de ella, derrame sobre ustedes y sus familiares y sobre todo nuestro pueblo de Ciego de Ávila, abundantes bendiciones.