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ALOCUCIÓN DE SEMANA SANTA 2010
Un hombre ha muerto. Ese hombre se llamó Jesús de Nazaret.
Y tú podrás preguntarte con toda tu razón: ¿Qué tiene de especial este hombre para que nos sintamos cuestionados? ¿No mueren cientos de hombres y hasta miles todos los días? ¿Qué era inocente? Es cierto, pero son muchos los inocentes que mueren sin que nos escandalicemos. Que su muerte fue obra de la injusticia y del abuso de poder? También es cierto, pero no tiene nada de extraordinario. El Eclesiastés diría:
No hay nada nuevo bajo el sol
Entonces ¿qué hay de extraordinario en la muerte de Jesús?
Jesús es más que un simple hombre, es Dios. Esto es lo que hace diferente la muerte de Jesús. Jesús murió por nuestros pecados. El inocente por los culpables. Murió para librarnos del poder del mal y de la muerte.
Todos errábamos como ovejas, cada uno por su lado, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes
Cada año al llegar el equinoccio de primavera, la Iglesia celebra la Semana Santa en la que conmemora estos acontecimientos.
Celebrar no es simplemente recordar. Celebrar es revivir, porque según dice San Pablo en su carta a los Romanos, por el bautismo nos asociamos a la muerte y resurrección de Jesús.
Si soy cristiano, es decir, si estoy bautizado, me esforzaré por dar muerte en mí al pecado para renacer a una vida nueva. Esto es lo que cada año tratamos de vivir con mayor intensidad y lo expresamos en las diversas ceremonias. No basta con decir:
Yo creo mucho en Dios
Es necesario vivir conforme a la Ley de Dios, cumplir sus mandamientos y estar dispuesto con Jesús a aceptar los sufrimientos inmerecidos que constituyen nuestra cruz de cada día. Esto es vivir la Semana Santa.
El ateísmo contemporáneo que tiene su origen en el filosofo alemán Nietzsche, ha marcado la cultura actual de tal forma que sin darnos cuenta vivimos como si Dios no existiera. Todo se reduce al nivel de las sensaciones y emociones. El sentido de lo sagrado se diluye. Vivimos una moral de conveniencia y no de valores. Esto ha traído como consecuencia que se deterioren los más altos y nobles sentimientos del amor a la familia, de la entrega generosa y desinteresada al servicio de los otros, del comportamiento ético y de la convivencia social.