Jesús fue para los judíos de su época, una provocación. Él perdonaba pecados, ponía en dudas el mandamiento del sábado y algunos lo consideraban un falso profeta. Para todos estos delitos la ley preveía la pena de muerte, pero ¿Quería Dios la muerte de su propio Hijo?
La muerte violenta de Jesús no fue el resultado de unas circunstancias negativas. Jesús fue entregado conforme al plan de Dios. Para que nosotros, hijos del pecado y de la muerte, tengamos vida, el Padre del Cielo entregó a la muerte su Hijo único. La grandeza del sacrificio que Dios Padre pidió a su Hijo, corresponde sin embargo a la grandeza de la entrega de Cristo. Ambos, el Padre y el Hijo nos han amado con un amor que se demostró hasta el extremo en la Cruz.
Para librarnos de la muerte, Dios introdujo en nuestro mundo de muerte la «medicina de la inmortalidad», su Hijo Jesucristo. Dios quería llevar a cabo un intercambio para salvarnos para siempre. Quería darnos su vida eterna, para que gocemos de su alegría, y quería sufrir nuestra muerte, nuestra desesperación, nuestro abandono, para estar en comunión con nosotros en todo. Para amarnos hasta el final y más allá.
La muerte de Cristo es la voluntad del Padre, pero no su última palabra. Desde que Cristo murió por nosotros, podemos cambiar nuestra muerte por su vida.
En resumen:
- Jesús fue entregado a la muerte porque ese era el plan de Dios.
- Dios quería sufrir nuestra muerte, nuestra desesperación, nuestro abandono, para estar en comunión con nosotros en todo.
- La muerte de Cristo es la voluntad del Padre, pero no su última palabra. Desde que Cristo murió por nosotros, podemos cambiar nuestra muerte por su vida.
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